A
comienzos de este siglo y de la mano
de Pedro Figari, la Escuela de Artes
y Oficios procuró constituirse
en un centro educacional formador de
una mano de obra calificada y creativa,
necesaria a un proceso de expansión
industrial que venía insinuándose
con firmeza.
El
imaginario social, empero, pudo más:
la sociedad uruguaya siguió percibiendo
la escuelas industriales -donde se enseñaba
a trabajar "con las manos"-
como institutos solamente aptos para
menores con pocas condiciones intelectuales
o simplemente, pocos recursos económicos.
La
demanda generalizada de educación
que se produjo en las primeras décadas
del siglo -en alas de un crecimiento
económico forjador de clases
medias- hizo, sin embargo, que la matrícula
de la enseñanza técnica
creciera -aunque mucho menos que la
de la enseñanza secundaria (que
seguía recibiendo a quienes aspiraban
a una ocupación de "cuello
blanco").
|