La
primera mitad de este siglo constituyó
para la Universidad una verdadera "prueba
de fuego", ya que se vió
enfrentada a continuos embates del poder
político, a la presión
surgida de los movimientos estudiantiles
-con la impronta del movimiento reformista
de Córdoba- y a la necesidad
de responder a una sociedad cambiante,
con nuevas exigencias culturales.
El
primer embate se suscitó con
el proyecto de Ley Orgánica que
el Poder Ejecutivo presentó al
Parlamento y que quitó de su
ámbito la enseñanza de
las ciencias agrarias y económicas,
restringiendo los poderes centrales
de la Universidad y su autonomía.
El segundo embate gubernativo promovió
el surgimiento de un proyecto totalmente
renovador -el Estatuto Universitario
de 1935- que pretendía para la
Universidad una función rectora
y coordinadora de la cultura nacional,
yendo mucho más allá de
la mera formación profesional.
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